sábado, 18 de agosto de 2012

Iniciativa: "Mi blog es de Impacto Cero"

He visto esta iniciativa en varios blogs, y hoy me he decidido a seguirla. Se trata de la iniciativa "Mi blog es Impacto Cero". Trata de seguir tres sencillos pasos para que así planten gratis por ti un árbol para eliminar las emisiones de dióxido de carbono del blog. Es una iniciativa increíble, así que espero que os animéis a participar :)
Estos son los pasos:

-Escribe un post en tu blog sobre esta iniciativa hecha por Geniale.es, explicando porqué tu blog o tu sitio son de impacto cero (aquí tienes un artículo de ejemplo).

-Elige el botón que prefieres entre los que están aquí debajo y añadelo a tu blog (ej. En la barra lateral).
-Tu adhesión a la iniciativa estará terminada una vez que nos mandes un email a co2neutral@geniale.es que incluya el enlace al post que has publicado en tu blog, de esta manera nosotros plantaremos un árbol en tu nombre y tu blog será de Co2 Neutral.
Para más información: http://www.geniale.es/co2neutral/planta-un-arbol

¡Desde hoy YO TAMBIÉN puedo gritar al mundo que mi blog es de impacto cero!
Participando en la iniciativa ecológica promovida por Geniale.es lograré que se plante un árbol en una zona con riesgo de desertificación.

Geniale es la web que reúne y permite hojear online todos los catálogos promocionales DE LAS TIENDAS MÁS CERCANAS A TI.
La iniciativa es muy sencilla: por cada blog o web que se une al proyecto, Geniale se planta un árbol, cuya producción de oxìgeno compensará las emisiones de dióxido de carbono que produce mi blog o web.


Según el Dr. Alexander Wissner-Gross, un activista del medio ambiente y físico de Harvard, una sola página web es responsable de la emisión de 3,6 kg de CO2 de media al año, mientras que un árbol es capaz de absorber 5 kg. El resultado final es a favor del oxígeno: gana mi blog y gana el ambiente.


Geniale.es, a través de la distribución de catálogos en formato electrónico, promueve una filosofía verde enfocada a disminuir el uso y desperdicio de papel para fines comerciales. Los catálogos más importantes y conocidos están disponibles ahora también online, como por ejemplo, Leroy Merlin, Media Markt, Mercadona, y se pueden consultar no sólo en el ordenador sino también a través de aplicaciones para iPhone e iPad .
Los catálogos son muy fáciles de hojear, como puedes comprobar:

Lidl -> http://www.geniale.es/folleto/lidl
Ikea -> http://www.geniale.es/folleto/ikea
Carrefour -> http://www.geniale.es/folleto/carrefour
La iniciativa está teniendo una gran acogida entre los blogger. El objetivo de CO2 Neutral es plantar 1.000 árboles en 12 meses, y hoy, gracias a vuestra ayuda, hemos podido plantar un pequeño bosque que cuenta ya con 300 árboles. Si llegamos a la meta, añadiremos al total de árboles un extra como premio al activismo de los blogger españoles.

Para conocer todos los detalles sobre la iniciativa pincha aquí: http://www.iplantatree.org/project/7

martes, 10 de abril de 2012

Capítulo 3


Cisha se levantó. Estaba algo entumecida, haber estado toda la noche allí sentada frente a la tumba de Jelkos no era muy cómodo. Recogió su bolsa del suelo y vio que Tarin no estaba allí. Se preguntó cuándo se había ido y miró a su alrededor. No había rastro de él. Pensó que tal vez en el último momento se había acobardado y había decidido volver. No le culpaba; ella si pudiera también huiría, pero tenía un deber con el que cumplir y ahora no se podía echar a atrás. De todas formas huir no era algo propio de Tarin, así que decidió esperar por si volvía. Esperó allí de pie unos cuantos minutos y empezó a vislumbrar una figura que se aproximaba corriendo. Era Tarin. Cuando llegó hasta donde estaba Cisha frenó. Estaba jadeando. Había ido hasta el pueblo corriendo cuando Cisha se levantó. Por alguna razón había llegado más pronto de lo que había calculado que tardaría. Se preguntó por qué. De todas formas había ido al pueblo a coger una bolsa y meter dentro algo de ropa y en cuanto terminó volvió corriendo a la tumba. De paso se había cambiado de ropa y llevaba puesto el traje de piel que le había dado Jelkos, y en la mochila llevaba el cuchillo. Cisha sujetaba con fuerza su bastón mientras esperaba a que su amigo se recuperase del todo. Cuando empezó a respirar normal decidieron que era el momento de partir. 
Caminaron durante bastante tiempo bajo el abrasador sol. Parecía que trataba de convencerles de que se rindieran. Al cabo de una media hora vislumbraron una montaña al fondo.
-¡Allí hay una montaña! ¿Será de la que nos habló Jelkos?- dijo Tarin.
-Solo hay una forma de averiguarlo.
-Ya, pero me parece un poco extraño que hayamos encontrado la montaña tan pronto. ¿No te has preguntado si no fue Askaim quién mató a Jelkos? Y si fue así, ¿no lo habría enterrado un poco más lejos de la montaña tras la que oculta su guarida?
 -Procuro no hacerme muchas preguntas. Y tú deberías hacer lo mismo -respondió secamente Cisha.
-Me parece increíble que me esté diciendo esto la misma persona que ayer aún estaba haciéndose miles de preguntas acerca de su pasado -le soltó Tarin en el mismo tono en el que le había hablado Cisha.
-Las cosas han cambiado.
-Las cosas no tendrían que haber cambiado si no te hubieses empeñado tanto en conseguir averiguar de dónde provienes. 
-¿Y qué querías que hiciera? 
-Quería que te comportases como todos los demás chicos del pueblo de nuestra edad –espetó Tarin. 
Este golpe le dolió mucho a Cisha. Siempre había pensado que Tarin y ella eran amigos precisamente porque no eran iguales que el resto de adolescentes. Pero tal vez no fuera así después de todo. 
Sin embargo Tarin, aunque se dio cuenta de que le había hecho daño, no se arrepintió. Hacia tiempo que pensaba así y tenía que expresarlo, y hasta ahora se había aguantado las ganas de decirlo porque sabía que le dolería, pero en ese momento ya no pudo más. Su amiga había sido una hipócrita, y eso no se lo pasaba. Había soportado durante años sus desvaríos sobre su ciudad natal y ya no podía más. Por mucho que sean los mejores amigos desde que eran pequeños él tenía un límite. Y no era porque se llevase mal con su amiga, pero odiaba verla encerrada en un mundo que solo existía en su imaginación. Porque a Cisha ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que ella no perteneciese a otro pueblo, de que realmente su gente fuese la gente con la que había estado viviendo toda su vida. Aunque eso sí, en eso llevaba razón, ella venía de otro lugar distinto del que venía él, pensó Tarin. Pero seguía pensando que podrían haber vivido sin saberlo. ¿No podrían haber sido simplemente felices en el pueblo? Y ahora se habían metido en todo este lío y no podían salir. Tenían que matar un hombre. Matarlo. La simple idea le daba escalofríos. Él no era nada violento, siempre había sido bastante pacificador en el pueblo. Siempre que veía alguna pelea trataba de conseguir que los que luchaban se tranquilizaran, y rara era la vez que no lo conseguía. Y esto le había hecho ganarse algunas simpatías. Aunque Cisha pesaba que solo se tenían el uno al otro en realidad él tenía más amigos en el pueblo, pero casi no estaba con ellos. Prefería la compañía de Cisha. Pero en los últimos meses se había encerrado tanto en sí misma que acostumbraba a pasar más tiempo con sus otros amigos. Aunque también se pasaba buena parte del día tratando de que saliera y fuera a estar con él y sus amigos, sin ningún resultado. 
Ambos estaban callados, sin decir nada. La tensión se podría cortar con un cuchillo.
Iban cabizbajos y pensativos, tanto que no se fijaron en que la montaña que se veía al fondo se estaba alejando cada vez más y más.
Pasó largo rato antes de que se dieran cuenta y, extrañados, se pararon en seco. La enorme montaña que antes se veía tan cerca ahora casi no se distinguía en el horizonte. Se miraron el uno al otro y se preguntaron qué había pasado. No había más explicación que una: Askaim había lanzado alguna clase de hechizo. Seguramente estaría tratando de confundirlos con visiones extrañas, y desde luego lo estaba consiguiendo. Ahora los chicos no sabían que dirección tomar, no sabían cuál sería la buena para llegar a la montaña. Desde luego no iban a retroceder. Pensaban que precisamente era eso lo que Askaim quería. 
-¿Y ahora qué? –dijo Tarin.
Cisha le ignoró y caminó en la misma dirección en la que habían caminado durante todo el día. Tarin la siguió, qué remedio le quedaba. Continuaron durante mucho tiempo, pero cada vez la montaña se alejaba más y más hasta que llegó un momento en el que ya no la veían. Bajo su apariencia firme y segura, Cisha estaba totalmente desconcertada y no sabía qué dirección tomar. No hacía más que preguntarse cuál sería la dirección correcta para  llegar a la montaña y cruzarla y le desesperaba ver que no tenía forma de saberlo.
Siguieron caminando durante bastante tiempo hasta que ya no pudieron más y pararon a descansar. Se tumbaron y se quedaron mirando para el cielo. Se percataron de que el sol no se había movido ni un ápice desde que habían empezado a caminar. Se miraron desconcertados. Era imposible, llevaban horas caminando. Ya debería ser casi de noche, y sin embargo parecía que era la misma hora a la que empezaron a caminar. 
De repente, escucharon el ruido de pisadas. Era evidente que quién estuviera allí estaba corriendo a mucha velocidad, pero parecía que apenas tocaba el suelo. 
Se levantaron lentamente, alerta por lo que pudiera pasar. Cisha cogió el bastón. Estaba atenta por si llegaba el caso de que tuviera que atacar. Pero, a pesar de que no había nada que les dificultase la visión, no eran capaces de ver al ser que estaba allí. 
Oyeron una risita burlona a su espalda. Se giraron y vieron a un ser con la piel amarilla que parecía estar riéndose de ellos. Era bajito, y con un brillo malicioso en sus marrones ojos. A pesar de este último detalle, no parecía agresivo. Se relajaron al ver que ese hombrecillo lo único que hacía era observarlos, entre divertido y curioso. Cisha guardó el bastón en su mochila y la dejó en el suelo. Tarin probó a acercarse un poco, pero aquel hombrecillo emitió una especie de gruñido, dio dos pasos hacia atrás y alzó los brazos. Los chicos retrocedieron un poco al ver que algo empezaba a salir de la tierra. Poco a poco, un montón de piedras iban saliendo de una grieta en el suelo y fueron creando un cuerpo con forma humana. Espantados echaron a correr en la dirección contraria, no sin antes recoger Tarin la mochila de su amiga. Escuchaban a lo lejos la risa burlona del hombrecillo, solo que ahora parecía impregnada de la misma malicia que habían visto en sus ojos.
Empezaron a notar que la tierra temblaba bajo sus pies. No entendían lo que pasaba, simplemente corrían, luchando por salvar su vida. De repente, algo agarró a Cisha del pie y cayó al suelo. Intentó desasirse, pero no era capaz. Entonces, una enorme sombra. Era el gigante de piedra que el ser de piel amarilla había creado. Trató de levantarse, pero aquella especie de mano que había salido de la tierra todavía la sujetaba. Miró hacia atrás. Quería gritar, llamar por su amigo para que la viniera a rescatar, pero ni siquiera lo distinguía en la distancia. El monstruo alzó un brazo y cerró el puño. Iba a aplastarla como a una simple hormiga. Lo peor era que parecía que estaba disfrutando con todo aquello, como si llevase años esperándolo, pensó Cisha. Cerró los ojos. Lo último que le apetecía era ver su propia muerte. El gigante empezó a bajar el brazo, cada vez a más velocidad. Cisha apretó más los ojos. Sabía que este era el final y que nunca iba a poder vengar a su pueblo tal y como mandaba la profecía. En ese momento, una luz resplandeció. Cisha abrió los ojos con cuidado. No, esta vez no provenía de ella. Venía del bastón que un chico que estaba delante de ella sujetaba con las dos manos. Era parecido al suyo, pero no igual. En lugar de una gota de agua llevaba un rayo en su parte superior. Lo miró preguntándose quién podría ser, pero con la luz que desprendía su bastón no era capaz de saber quién era. Entonces, vio a alguien aproximarse corriendo a donde ella estaba. Era Tarin, que llevaba a su espalda la mochila y en su mano el cuchillo. Lo clavó con fuerza en lo que sujetaba a Cisha, que, dolorido, se retiró dejándola al fin libre. Tarin la ayudó a levantarse, la agarró por un brazo y salieron ambos corriendo en dirección contraria a la del monstruo, esta vez ayudados por el misterioso chico del bastón. Cisha miró una última vez hacia atrás con la esperanza de averiguar quién era, pero justo en ese momento comenzó a girar su bastón a gran velocidad creando un enorme tornado que se llevó al gigante hombre de piedra como si de un papel se tratase, y él se desplomó en el suelo, agotado después de tan dura tarea. Cuando ella lo vio, sintió que algo dentro de ella la obligaba a parar e ir a ayudarle.
-¡Para, para! ¡Tenemos que ayudarle!- dijo con desesperación, tratando de frenar a su amigo.
-¡¿Te has vuelto loca?! ¡Es una trampa, seguro!- respondió Tarin, agarrándola aún más fuerte para evitar que se soltara.
-Tarin, él me ha salvado la vida, no puede ser malo -contestó Cisha, sintiéndose totalmente impotente por lo tozudo que era su amigo.
Tarin frenó y la soltó mientras ella echaba a correr en dirección a aquel misterioso chico para socorrerle. Aunque sin él su amiga estaría muerta, no podía evitar sentirse receloso. No podía dejar de pensar en el hombrecillo amarillo. Ellos creían que era totalmente inofensivo y al final casi consigue matarlos. No quería que volviese a pasar lo mismo, todavía sentía que el corazón le latía a mucha velocidad por culpa del susto que ambos se llevaron, pero parecía que ella ya lo había olvidado por completo. Eso era algo que siempre le había llamado la atención a Tarin, la capacidad de su amiga para sobreponerse después de incidentes como el que acababan de vivir era asombrosa, parecía que nada le afectaba. Tal vez era cosa de familia, pensó segundos antes de echar a correr para ayudar al chico que les había salvado la vida. Aunque sin él su amiga estaría muerta, no podía evitar sentirse receloso. No podía dejar de pensar en el hombrecillo amarillo. Ellos creían que era totalmente inofensivo y al final casi consigue matarlos. No quería que volviese a pasar lo mismo, todavía sentía que el corazón le latía a mucha velocidad por culpa del susto que ambos se llevaron, pero parecía que ella ya lo había olvidado por completo. Eso era algo que siempre le había llamado la atención a Tarin, la capacidad de su amiga para sobreponerse después de incidentes como el que acababan de vivir era asombrosa, parecía que nada le afectaba. Tal vez era cosa de familia, pensó segundos antes de echar a correr para ayudar al chico que les había salvado la vida.
Cuando llegó hasta donde estaban, pudo ver que el chico se había desmayado.
-¿Qué hacemos? Nunca he visto lo que hacía la gente cuando alguien se desmayaba.-dijo Cisha.
-¿No te suena de algo su cara?-respondió Tarin, ignorando la pregunta de su amiga.
-Eso es imposible, no os conozco de nada.
Tarin y Cisha se sobresaltaron al oír las palabras del chico. Poco a poco abrió los ojos y los miró.
-¿No me ayudáis a levantarme? -dijo y se fue levantando sin necesitar ayuda de nadie y se alisó un poco su ropa, que estaba compuesta por un pantalón y una especie de camiseta hechos de la misma piel que el vestido de Cisha- Bueno, yo me llamo Urcom, y no hace falta que me deis las gracias por salvaros la vida, pero si os apetece yo no os lo impediré.
Tarin y Cisha todavía estaban muy sorprendidos por la rapidez con la que se había recuperado el chico y lo observaban pasmados, sin saber muy bien qué hacer.
 -Mmm, veo que sois tímidos. No importa, ya hablo yo por los tres. Y por favor, dejad de mirarme así, parece que hayáis visto un fantasma.
Al terminar de decir esta frase Urcom se puso un poco pálido y un escalofrío sacudió todo su cuerpo, pero en seguida se recompuso y les miró con una sonrisa socarrona en la cara. A Cisha no se le pasó por alto el detalle. Le pareció algo extraño.
-De hecho, sí que hemos visto uno. –dijo despacio, con cuidado para no provocar una mala reacción en el chico- A lo mejor lo conoces. Se llama Jelkos.
-¿Habéis hablado con él? No deberíais haberlo hecho. Está un poco mal de la cabeza. Habla de un lugar donde las cosas que ves te enloquecen y de una chica a la que al parecer debo proteger porque es “La Elegida” –hizo una pequeña pausa y sonrió para sí mismo- y de un montón de relatos fantásticos más. Y lo peor es que no me deja salir de aquí hasta que ayude a esa chica. Ha echado un hechizo o algo así y el bastón no me deja salir deshacerlo. Estoy atrapado en este asqueroso desierto para siempre.
-¿Te contó algo acerca de  esa chica? –preguntó Tarin.
-No gran cosa, solo me dijo que iba a salvar a una civilización entera o algo así y que yo debía ayudarle. Pero no sé por qué yo, ni siquiera soy de este planeta tan extraño.
-¿Y entonces de dónde eres? –dijeron Cisha y Tarin al unísono.
-Bueno, es una larga historia, si queréis os la puedo contar, pero antes vamos a buscar un sitio donde pasar la noche, si es que hoy llega.

domingo, 25 de marzo de 2012

Capítulo 2.

Al día siguiente se despertó al oír la voz de su amigo diciéndole:

-¡Arriba dormilona! ¡Tenemos que ponernos en marcha para llegar cuanto antes!

Cisha, que seguía medio metida en el sueño que había tenido la noche anterior, en el que estaba en su pueblo con su familia, miró a su alrededor preguntándose dónde estaba y quién era ese chico que le miraba sonriente desde la otra punta de esa cama en la que estaba acostada. Cuando se despertó del todo se acordó de todo y se dio cuenta de que ahora no había manera de lograr ir sola de viaje. No había otra escapatoria que intentar explicarle a su amigo lo que había estado pensando la noche anterior. Sabía que no funcionaría, pero había que intentarlo. Se incorporó un poco y se dispuso a soltarle un discurso sobre que no podía llevarlo con ella porque era demasiado peligroso, pero cuando abrió la boca para empezarlo, Tarin le dijo:

-Antes de que me digas las razones por las que no puedo ir contigo, permíteme decirte que no te servirá de nada, así que ahorra fuerzas. Voy a fuera, te espero en la meseta.

Tarin salió de su casa y se dirigió hacia la meseta, alegre por haber sabido adivinar las intenciones de su amiga.

Mientras tanto, Cisha cambió la túnica que usaba para dormir por el vestido verde que hizo con su madre. Guardó el traje en la bolsa y se puso en camino hacia la meseta. Pensó en salir corriendo, pero descartó esta idea porque desde la meseta se veía todo el pueblo y sus alrededores. Salir corriendo solo le serviría para gastar fuerzas, y además Tarin era mucho más rápido que ella y enseguida le daría caza, así que se dirigió con resignación hacia el lugar donde había quedado con el chico. Llegó a su cima y allí se encontró con un Tarin sonriente. En lugar de ponerse en marcha de inmediato decidió sentarse allí a contemplar todo el terreno que desde allí se podía ver. Tarin, sorprendido, se sentó a su lado. Se quedaron un buen rato así, como todas las mañanas desde hacía un mes. Pero esta vez había algo diferente. Esa mañana sentían miedo por lo que iba a suceder a continuación. No era como las otras mañanas que parecían todas iguales, en busca de una información imposible. Esta vez iban a buscar a Jelkos y no sabían con lo qué se podían encontrar por el camino. O al llegar a su destino.

Esa mañana no fue Tarin quién se quedó mirando a Cisha hasta que decidiera que era el momento de partir. Mientras Tarin se perdía en sus pensamientos Cisha le observó con atención. Ciertamente, aunque fingiera que no sentía miedo, ella sabía que por dentro estaba temblando del pánico.

Tal vez pensaba que nunca volverían y por eso había decidido esperarla en la meseta. Desde allí se veía y todo el pueblo y quizás estaba intentando guardar una imagen para no olvidarlo jamás.

Pero en realidad lo que hacía era intentar despedirse de todos los recuerdos que guardaba de ese lugar. Si no regresaban quería asegurarse de que por lo menos no sentiría dolor por no poder volver nunca al pueblo que le vio crecer. Aunque sabía que eso era imposible. Aún echaba de menos a su padre y todos los recuerdos que tenía con él eran en ese pueblo. Y también le costaría deshacerse de los recuerdos de todos los años que había pasado allí con Cisha. Aunque tal vez eso último no le costara tanto, al fin y al cabo iba a ir con ella en ese misterioso y peligroso viaje y quizás pasaría sus últimos momentos a su lado.

Cisha dejó de observarle para perderse en sus propios pensamientos. Sabía que a lo mejor encontraba a su pueblo, aunque también podría encontrarse con la muerte. Quién sabe, pensó.

Como todos los días Cisha se levantó y sonrió a Tarin, pero al ver que este no reaccionaba le dijo:

-Oye, si tienes miedo entenderé que te quedes. No pasa nada.

-Iré –en ese mismo momento Tarin salió de sus ensoñaciones, se puso en pie y le dedicó una sonrisa reconfortante.

Se pusieron en camino hacia las doce del mediodía. Estuvieron caminando durante tres horas en la dirección que Merclo les había indicado, pero allí no encontraron nada. Pensaron que tal vez era más lejos la nueva casa de Jelkos, pero solo veían la misma tierra roja. Pasaban las horas y no se veía nada en el horizonte. Empezaban a pensar que Merclo les había engañado. Pero ahora no podían volver, tenían que seguir investigando, tal vez no les había mentido. Siguieron caminando durante todo el día, pero seguían sin ver la casa de Jelkos. Por la noche pararon a descansar y decidieron que la noche siguiente volverían al pueblo si no encontraban la casa de Jelkos. Antes de quedarse dormida, Cisha pensó otra vez en dejar a Tarin, pero creyó que ahora era mejor que estuviera con ella. Se sentía más segura con el chico a su lado. Además, no creía que estuviera bien dejar a su mejor amigo en medio del desierto que era aquel lugar. También pensó que los dos juntos estarían más seguros. Se ayudarían a pasar todos los retos con los que se encuentren.

Y cuando por fin la venció el sueño, Tarin todavía estaba despierto. No podía dormir. Estaba aterrorizado. Contemplaba el cielo lleno de estrellas y pensaba que había una estrella por cada reto que iban a afrontar. Y en alguno caerían. Era inevitable.

Luego observó las dos lunas que allí había. Eran preciosas. Brillaban con un brillo dorado especial. Esto le recordó a los ojos de Cisha y se prometió a sí mismo que no dejaría que le pasara nada malo. No podía permitirlo.

La mañana siguiente fue terrible para él. No había dormido nada y ahora notaba cómo el sueño caía sobre él cómo una pesada losa.

Sin embargo Cisha se sentía cómo una rosa. Había dormido como nunca, a pesar del peligro que seguramente corrían. Aún así, viendo que su amigo estaba cansadísimo, le propuso emprender ya el camino de vuelta al pueblo en lugar de continuar buscando, a lo que Tarin se negó rotundamente porque sabía que esto era importante para su amiga.

Siguieron caminando durante un buen rato y cuando ya empezaba a oscurecer un poco pensaron en volver, pero entonces divisaron a lo lejos una piedra redondeada por arriba pero que se extendía hacia los lados en su parte inferior, clavada en el suelo, algo muy inusual allí, pues esa clase de piedras solo se usaban para enterramientos en el pueblo.

Cuando alguien muere en el pueblo hacen una ceremonia en el que le ponen diversos objetos alrededor de su cadáver en su tumba, a veces son túnicas si era sastre o alguna piedra de esas con las que fabrican los árboles si era albañil, dependiendo de su trabajo. Luego, antes de echarle la tierra encima que le tapará para siempre, dejan a los familiares y compañeros de trabajo que se despidan y si tenían algún objeto que creían que debía llevarse al Hasnef, que es el lugar donde se reúnen los espíritus, y lo colocan junto a los demás objetos. Cisha solía ver los entierros y veía las caras inexpresivas de la gente que habían compartido toda su vida con la persona a la que enterraban y se preguntaba si sentían algún tipo de emoción al saber que jamás le volverán a ver. Pero nunca veía nada que indicase que así fuese.

Después de haberle dado un último objeto que llevarse al Hasnef lo cubren de tierra y le colocan en el lugar donde lo entierran una de esas piedras en la que hacen una inscripción en la que ponen su nombre y alguna frase que les recordase a quien entierran y se van. Nunca vuelven a visitar la tumba de los muertos, solo lo hacía Cisha, hablaba con ellos como si le fuesen a responder y les contaba hasta el último pensamiento que pasaba por su mente. Y después se iba.

La gente tenía la creencia de que una vez enterrados ya no tenían nada que hacer en aquella especie de cementerio y una vez enterrada la persona que había fallecido se iban para no volver, a no ser que les tocara a ellos o a algún otro familiar ir al Hasnef.

El caso era que no era usual que hubiese allí un tumba, dado que no había nadie, así que se acercaron a ver quién podía estar allí enterrado. Estaban alerta por si era una trampa. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para ver la inscripción de la tumba no lo pudieron creer. En ella ponía A la memoria de Jelkos Encer, el hombre más sabio que jamás he conocido. Se quedaron un rato observando la tumba, tratando de asimilarlo. Tarin se sentó al lado de la piedra. Pensaba que al final todo el esfuerzo que habían hecho no sirvió para nada.

Cisha se arrodilló delante de la tumba y se quedó mirando la inscripción, sin poder creerlo. Pasó los dedos por encima de las letras para comprobar si era real o solo era un cruel producto de su imaginación. Absorta en sus pensamientos, seguía las líneas de cada letra hasta llegar a la última. Cuando pasó los dedos por encima de la última empezaron a brillar todas las letras. Se levantaron y se apartaron, asustados. La luz se hacía cada vez más y más intensa y tenía un efecto hipnótico sobre los chicos, porque no eran capaces de apartar la mirada. Como estaban tan centrados en la luz no vieron al espíritu que salió de la tumba. La luz empezó a apagarse y entonces lo vieron. Era Jelkos, pero no era cómo la última vez que lo habían visto. Sus ojos, que antes tenían siempre un brillo curioso, ahora eran totalmente inexpresivos. Su piel naranja estaba tan pálida que casi era blanca.

-¿Quiénes sois y por qué habéis interrumpido mi descanso eterno?- dijo con una voz gutural que parecía contener mil lamentos de los espectros.

Cisha tragó saliva y dijo:

-Yo soy Cisha y él es Tarin, quiero saber si sabes algo sobre el agua y…

-¡¿Agua?!- interrumpió Jelkos -¡Cuánto tiempo hacía que no oía esa palabra!- y en ese momento pareció que sus ojos reflejaban nostalgia.- Venid, sentaos, os contaré una historia.

Obedecieron y se sentaron cerca de la lápida.
-Hace mucho tiempo, dónde ahora está el Gran Árbol, había un pueblo próspero y feliz. Habitaban en otros árboles y todo a su alrededor estaba cubierto por bosques. Todos los habitantes se conocían y se querían. Era impensable que pasase lo mismo que pasa en nuestro pueblo, que cuando alguien muere y va al Hasnef la gente no le vuelve a recordar o a visitar su lápida. Allí siempre que alguien moría era un acontecimiento importantísimo, y cada día dejaban flores frescas en su tumba. –al ver que Cisha le iba a hacer una pregunta le dijo:- Por favor, dejad las dudas para cuando termine mi relato. Bien, pues allí eran todos felices, o al menos la mayoría. Había un chico al que no le gustaba nada su pueblo. Pensaba que eran todos demasiado buenos. Él quería emoción, no se conformaba con la increíble felicidad que experimentaban los de su pueblo. Empezó a escaparse a otros mundos leyendo libros, pero sabía que eso no era suficiente. Quería sentirlo en su carne, quería vivir aventuras, estaba harto de su pueblo.

>> Cuando creció un poco, comenzó a alejarse un poco de su pueblo para explorar, aunque sabía que eso le traería problemas, pero le daba igual. Cada vez se alejaba un poco más y pronto se dio cuenta de que todo a su alrededor era igual: una espesa mata de bosque que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Un día decidió subirse a un árbol para ver si de verdad solo había eso y sus temores se hicieron realidad. Corrió hacia la biblioteca, frustrado, sin saber qué hacer. Se sentó en una silla y se quedó contemplando los libros que había. Se fijó en uno que antes no había visto. Se levantó y fue hasta allí. Parecía como si el libro le estuviese llamando. Lo cogió y vio que en su portada no había título. Le extrañó bastante, allí todos los libros tenían título. Su corazón empezó a latirle desbocado. Aunque era poco probable a lo mejor era el inicio de algo que llevaba tanto tiempo esperando: una aventura. Abrió con cuidado el libro y lo que vio estaba fuera de lo común, absolutamente ningún libro era así. Tenía palabras en un idioma que desconocía, pero que por los dibujos debía de ser un libro de conjuros. Lo cerró rápidamente y salió de allí procurando que nadie se diese cuenta de que llevaba consigo aquel libro. Probablemente ni siquiera perteneciera a la biblioteca y si se lo viesen llamarían a las autoridades,que eran prácticamente inexistentes, dado que nunca pasaba nada malo, pero tenía que asegurarse.

>> Llegó a su casa y se encerró en su habitación. Abrió el libro e intentó descifrar las letras que allí estaban escritas. Al principio no era capaz de comprender nada, pero con el tiempo empezó a entender lo que ponía.

>> Fue creciendo a la vez que en su interior crecía la maldad. Un día, sin previo aviso, decidió usar la magia e hizo que toda el agua del lugar desapareciese. Después, con otro hechizo, hizo que los habitantes desapareciesen poco a poco, aunque dejó a un puñado que con el tiempo y la falta de agua se volvieron naranjas. Y os preguntaréis, ¿cómo pudieron sobrevivir? Fácil, el hechizo les quitaba el agua, pero les echaba otra maldición con la que podrían vivir sin agua, pero tendrían que renunciar al amor.

>> Pero había algo con lo que él no contaba. Una niñita, a la que los habitantes escondieron en una cueva escondida del paso del tiempo, era inmune a su hechizo. El pueblo puso las esperanzas en que, cuando estuviese preparada, derrotaría a aquel chico.

>>Y esa es la historia, ahora podéis preguntar lo que queráis.

Cisha y Tarin guardaron silencio durante un rato, asimilando lo que habían oído. A pesar de que Jelkos ya les había contado la historia cuando eran pequeños nunca la había contado así y nunca habían pensado que tal vez la historia no era una simple historia más, que podría ser la realidad de un pueblo maldito. La realidad de su pueblo.
-¿Cómo eran… los de ese pueblo?- preguntó Cisha, dubitativa, pues no estaba segura de querer saber la verdad, aunque en su interior ya conocía la respuesta.
Jelkos la observó y con el mismo tono de voz con el que les había hablado cuando le habían despertado de su sueño eterno, le dijo:
-Eran como tú.
Estas palabras le cayeron como losas a Cisha. Lo sabía desde que empezó a contar la historia, pero se había negado a creerlo. En el fondo no quería esas palabras, quería otra clase de descripción, algo que le hiciese pensar que tenía alguna esperanza de encontrar a su pueblo. Pero ahora, ¿qué haría? Sentía un vacío desgarrador en su interior y, a pesar que había convivido durante todo este tiempo con parte de su pueblo, siempre había estado fuera de lugar, y si les contaba la historia que Jelkos les acababa de contar no la creerían y la tomarían por una loca y acabaría más marginada. Entonces, le quedaban dos opciones: volver al pueblo y hacer como si no hubiese oído nada o vengar a su pueblo. Pero no se sentía con fuerzas para esto último. La única vez que había matado había sido al monstruo con cuya piel estaba hecho el vestido que ahora llevaba puesto. Y no lo hizo a propósito. Ella no era una asesina.
Pero tampoco podía volver al pueblo como si nada hubiese pasado. Se sentiría como si hubiese traicionado a su pueblo. Al fin y al cabo a lo mejor si acababa con él recuperaría a su pueblo, ¿no? La magia la confundía mucho. No sabía como funcionaba y menos como usarla cuando quisiera.
-¿Cómo conoce usted esa historia? ¿Quién se la contó?- dijo Tarin interrumpiendo los pensamientos de Cisha.
-Me la contó mi padre y a el mi abuelo y así sucesivamente para que cuando llegase el momento alguien de nuestra línea de sucesión pudiese contárselo a la que vengaría nuestro pueblo. Y esa eres tú Cisha.
Cisha lo sabía, pero pensó que si conocía más datos del hombre al que iba a asesinar a lo mejor no le resultaba más difícil, porque al saber cómo es le odiaría más, o justo al contrario, pero tenía que intentarlo.
-¿Cómo se llama y cómo es?- dijo con voz firme Cisha.
- Se llama Askaim. Es…
-Si vas a decirme que es como yo preferiría que no dijeras nada. –interrumpió Cisha.
Jelkos le observó con asombro. La mayoría de personas temen a los espíritus, pero ella había tenido la osadía de interrumpirle con una firmeza implacable.
-No, no es como tú. Tiene la piel turquesa y los ojos azules, fríos como témpanos de hielo.
-Los ojos son como los de Merclo…-susurró Tarin.
A Cisha no se le pasó por alto ese detalle, pero descartó la idea de que Merclo fuera Askaim. Si pasaron tantos años como dijo Jelkos, el paso del tiempo debería de haberlo hecho envejecer mucho más. Aunque claro, si pasó tanto tiempo debería estar muerto...
Entonces se acordó de algo que había sucedido días atrás.
-¿Por qué Merclo se asustó al ver mi vestido?-dijo, con la esperanza de que el espíritu supiese la respuesta.
-Él es uno de Los Creados de Askaim. -respondió Jelkos, y cuando Cisha se dispuso a preguntarle que qué son Los Creados, le lanzó una mirada que le indicaba que mejor no lo hiciese.
Cisha decidió que el espíritu era sabio y tendría sus razones, así que cambió de tema:
-¿Dónde está?- preguntó Cisha.
- Al norte, después de que tus ojos se hayan perdido en el horizonte, hay una montaña. Al otro lado suceden cosas extrañas. Si logras no perder la cabeza encontrarás el Castillo del Tiempo.
Cisha pensó que no decía cosas coherentes, pero como era su única esperanza de encontrar y asesinar al hombre que le había robado a su pueblo –si es que iba a asesinarlo- tenía que hacerle caso.
De repente Jelkos se metió bajo tierra haciendo un terrible sonido, como si cada movimiento le provocase un dolor indescriptible. Los chicos se asustaron un poco y esperaron a que volviese a salir, pero como no regresaba pensaron que tal vez había concluido su misión y había regresado al Hasnef.
Dieron media vuelta y se pusieron en camino. Sin necesidad de palabras ambos supieron cuáles eran los planes: regresar al pueblo y hacer como si nada hubiera pasado.
Cisha pensaba que ella jamás sería capaz de asesinar a una persona por propia voluntad, aunque sintiese un odio muy profundo hacia él.
Tarin pensaba que era mejor ponerse a salvo, que Askaim sería peligroso y si veía una mínima intención por su parte de acabar con él, los mataría con solo mover un dedo.
Antes de que pudieran llevar a cabo sus planes, apareció ante ellos Jelkos, con una terrible expresión de enfado en su cara. Retrocedieron un poco asustados mientras él avanzaba hacia ellos, cada vez más enfadado. Aún no había abierto la boca para gritarles, lo que les sorprendió, pero iba acumulando más rabia a cada paso que daban. Mientras avanzaba iba soltando objetos por el suelo: un bastón que estaba coronado por una gota de agua, un traje igual que el que llevaba Cisha y un cuchillo muy afilado. Cuando dejaron de retroceder porque chocaron con su lápida, Jelkos se puso justo en frente de ellos y empezó a gritarles.
-¡¿A dónde se suponía que ibais?! ¡Tenéis que vengar al pueblo! ¡No podéis hacer como si nada hubiese pasado! ¡No podéis eludir vuestras responsabilidades! –gritaba Jelkos, que parecía que poco a poco empezaba a soltar toda su ira y empezaba a tranquilizarse.
Una vez se calmó del todo les obligó a sentarse junto a la lápida y fue a recoger todos los objetos que había ido tirando por el camino. Volvió e hizo un reparto. A Tarin le dio el cuchillo, para que pudiera defenderse, y el traje, para que pudiera moverse con más soltura. A Cisha le dio el bastón y le dijo:
-Este bastón te transmitirá la sabiduría de cientos de magos. No lo extravíes o estaréis perdidos.
Cuando lo cogió todo su cuerpo empezó a brillar y su piel se volvió del mismo tono turquesa que cuando sumergió su mano en el agua. Notó como la magia fluía por sus venas y le hacía cosquillas. Una vez dejó de brillar las cosquillas desaparecieron, pero su piel seguía turquesa y la espiral estaba marcada en su frente. De repente, notó que su mente se llenaba de datos. Más concretamente de hechizos. En un momento, aprendió a hacer de todo, desde una pequeña lucecita para iluminar el camino hasta un terremoto que arrase con todo. Con el bastón en sus manos se sentía poderosa. Estaba en otro mundo en esos momentos y no era capaz de oír la voz de Jelkos que le decía que no se dejase llevar, que era otro de los hechizos de Askaim, que si aguantaba un poco no le pasaría nada. Entonces empezó a zarandearla Tarin y volvió al mundo real. Se dio cuenta de que ha estado a punto de destruirlo todo y murmuró una disculpa.

Entonces, viendo que Jelkos empezaba a desvanecerse le hizo una última pregunta:

-¿Quién te enterró aquí en medio de la nada?

-El mismo hombre que me mató- dijo Jelkos antes de irse para siempre.

Se quedaron un rato al lado de la tumba de Jelkos. Cisha, con su bastón, hizo aparecer unas flores preciosas, con los colores del arcoíris, y con el olor del jazmín. Ahora que las veía por primera vez se dio cuenta de lo preciosas que eran y odió aún más a Askaim por destruir tantas cosas bellas, por destruir a su pueblo.

Cisha empezó a cantar una bonita canción en un idioma que Tarin desconocía, pero sabía que era probable que estuviese honrando a los muertos. Cuando consiguió más o menos a saberse la letra y la música cantó con ella. Pero solo Cisha sabía lo que realmente significaba, le preguntaba al mundo por qué tenía que llevárselo. Aunque nunca hubiese escuchado esa canción se la sabía de memoria, como si el bastón le diese las directrices para que la cantara.

Se pasaron así toda la noche, cantando frente a la tumba de Jelkos.

Cuando amaneció supieron que era el momento de partir para enfrentarse a Askaim y matarlo… o perder la vida en el intento.


Capítulo 1.

Tal y como se lo imaginaba, estaba otra vez encerrada entre libros. Desde que habían visto el agua se pasaba las tardes leyendo, buscando información, y aún más desde que su madre había muerto unos meses atrás. Tarin estaba preocupado por ella, pues parecía que el verde mustio de su piel se volvía cada vez más y más mustio. Tenían los dos ya unos dieciséis años y habían crecido mucho. Cisha acostumbraba a llevar aquel vestido que había hecho con su madre y eso la hacía ser el foco de las burlas de los otros chicos. Y Tarin no quería que esto sucediera. No le gustaba que se burlaran de ella, aunque a Cisha le diese igual.

-¡Otra vez aquí! ¡Tienes que salir, dejar que te de el sol y divertirte con más chicos de nuestra edad!

-Todos los amigos que necesito están en los libros. Además, necesito averiguar cómo sabía yo lo que era el agua, qué era aquel monstruo y por qué pude vencerlo de aquella manera. Ah, y saber por qué soy tan diferente. Y no sé a ti, pero a mí no se me ocurre una manera mejor de saberlo.

-Gracias por tenerme en cuenta entre tus amigos, eh- le dijo Tarin algo dolido.

-Perdona, es que estoy un poco cansada y aún no conseguí averiguar nada.

-Pero, ¿con todos los libros que has leído no sabes eso de "la ignorancia nos hace felices"?

-No sé si a ti te hace feliz, pero yo no puedo vivir con tantos interrogantes en mi cabeza.

-Como quieras... ¿Por lo menos te puedo echar una mano?

-No, en cuanto acabe este libro habré leído todos los libros de la biblioteca.

Tarin observó la biblioteca y se dio cuenta de lo pequeña que era. Nunca se había parado a observarla pues hacía años que no iba, y ahora, siempre que iba había estado más pendiente de conseguir que su amiga saliera de vez en cuando. Se acordó de cuando eran pequeños, antes de que el monstruo les atacara. Siempre que iban estaba allí Jelkos, el hombre más anciano del pueblo, y les contaba historias sobre un hombre que le quitó la esencia de la vida a un pueblo que quedó maldito desde entonces. Cuando terminaba su relato ellos jugaban fuera a que Tarin era el malvado hombre y Cisha era una heroína que iba a salvar al pueblo y siempre le conseguía robar la esencia y devolvérsela a sus legítimos dueños. Pero aquello no eran más que cuentos, pensó Tarin. O tal vez no lo fueran. Pero que más daba, Jelkos había desaparecido hace años y nadie sabía dónde estaba.

-Acabé -dijo Cisha cerrando el libro lentamente-. ¿Y ahora que voy a hacer? No he encontrado ninguna respuesta a mis preguntas. ¿Qué voy a hacer ahora?-suspiró otra vez Cisha.

Tarin, que notaba la profunda tristeza y frustración de su amiga, le dijo:

-¿Recuerdas a Jelkos?

-Sí, claro que sí. Me encantaba esa historia que nos contaba siempre de pequeños. La de la esencia de la vida y el pueblo maldito. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque era el hombre más viejo del pueblo, a lo mejor sabe algo sobre todo esto.

-¿Por qué iba a saber él nada sobre el agua, el monstruo...? - el desánimo de no haber descubierto nada en los libros había caído sobre ella como una losa y no podía evitar sentirse negativa.

-Bueno, dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

-¿Pero tú cuántos refranes y frases hechas sabes?- rio Cisha, pero enseguida volvió a sentirse apática.

-Muchos, pero ese no es el tema.

-¡Pero que más da! Al fin y al cabo Jelkos desapareció y nadie sabe dónde está...

-A lo mejor si preguntamos por ahí averiguamos a dónde fue... y si no jugaremos a ser exploradores como en los viejos tiempos- dijo con una carcajada Tarin, aunque hablaba muy en serio.

-Está bien, jugaremos a ser investigadores- le respondió Cisha guiñándole un ojo, pero se lo pensó un momento y dijo- Mejor esperemos a mañana, estoy un poco cansada.

-De acuerdo. Pero antes de irnos, ¿cuál es el plan?

-Mmm... -Cisha se quedó hasta que en un momento su mente pareció iluminarse una bombilla (cosa imposible, dado que en su pueblo no había)- ¡Lo tengo! ¿Y si vamos a hablar con Merclo? A lo mejor él sabe algo.

Merclo era el hombre encargado en el pueblo de asignarle una casa a cada familia, y si esa familia no se sentía a gusto en su hogar podían hablar con él para que se lo cambiara por otro diferente, aunque claro, había que o bien darle algo de valor a cambio o ser alguien influyente. Y Jelkos no tenía ni objetos de valor, porque consideraba que los bienes materiales no le podrían hacer feliz, ni era alguien influyente, por mucho que fuera el hombre más anciano del pueblo.

-¿Pero por qué Jelkos iba a querer mudarse? Al fin y al cabo todas las casas son iguales.

Y no mentía cuando dijo esto. Todas las casas eran de una piedra con unos colores que parecía la corteza de un árbol, tenían dos pisos y una única ventana en cada piso, que siempre estaba orientada hacia la calle.

-A lo mejor no le gustaban sus vecinos... Aunque claro, si se hubiera mudado aún lo veríamos por el pueblo. Buf, va a ser imposible encontrarlo -dijo Cisha sintiendo como el desánimo la invadía de nuevo.

-Bueno, de todas formas deberíamos ir a visitar a Merclo, a lo mejor sí que sabe algo -le respondió Tarin tratando de animarla.

-Vale. Hasta mañana.

-Hasta mañana.

Tarin se fue a su casa y Cisha emprendió el camino de vuelta a la suya. Cuando llegó, se acostó y pensó en todo lo que iba a hacer al día siguiente. Pensó que tal vez lograría encontrar a Jelkos y que este tal vez le daría la información que buscaba. Pensó que tal vez conseguiría apaciguar las dudas que corrían por su mente y tal vez podría ser del todo feliz. Tal vez... O tal vez jamás encontraría a Jelkos, o él no tendría la información que ella necesitaba... Pensando en todo esto no pudo evitar quedarse dormida, pero estuvo soñando toda la noche con aquel terrible monstruo que les había atacado, en cómo ella lo había derrotado y en la esencia de la vida de aquel pueblo maldito.

Se levantó muy lentamente y bostezó. Aunque había dormido unas ocho horas, teniendo por reloj la posición del Sol, se sentía como si hubiese dormido dos minutos.

Fue a su armario para coger una muda. Cuando abrió las puertas se fijó en el vestido que había hecho con su madre. Le trajo tantos recuerdos de su infancia -o al menos de una parte de ella- que no pudo evitar sentirse nostálgica. Nostálgica por el tiempo que ni siquiera podía recordar, cuando aún estaba con los suyos. Se imaginó cómo sería su pueblo: lleno de vida, con unas casas mucho más bonitas que las que allí había, con una gente amigable y gentil, que no te miraban por encima del hombro si tenían más poder que tú en el pueblo...

Nostálgica también por todo el tiempo que había pasado con su madre adoptiva. Porque, a pesar de que Cisha no se parecía en nada a ninguna de las personas del pueblo, ella la había acogido como a una más. Y desde el primer día fue la única que no le miraba con hostilidad, incluso llegaba a tratarla como a una hija. Aunque, pensó, tampoco Tarin la había tratado con hostilidad nunca. El chico había jugado siempre con ella, era su mejor amigo. Pero tampoco es que ella tuviera muchos más amigos. Por eso siempre se pasaba el día encerrada en la biblioteca. Por eso y para buscar información.

Sintió ganas de ponerse el vestido pero pensó que si se presentaba así vestida ante alguien tan importante como Merclo la echarían a patadas.

Se puso uno de esos incómodos trajes de arenilla y salió a fuera. Al principio pensó en ir a buscar a Tarin a su casa para ir cuanto antes a hablar con Merclo, pero decidió que no iría hasta un poco más tarde porque seguramente Tarin aún estaría durmiendo y no quería molestarle.

Fue a una pequeña meseta que había cerca del pueblo. Subió hasta su cima -cosa no muy difícil dado que había unas rocas que formaban una especie de escalera- y se sentó allí. Observó su pueblo y le pareció horrible. No por las personas, pero sí por los edificios que eran todos iguales y que cuyas piedras parecían la corteza del Gran Árbol, y por las calles que realmente no eran calles, pues las calles se formaban según iban construyendo las casas que delimitaban el acceso a algunos puntos del pueblo. Y se quedó mirando el horizonte. Allí no estaba más que el desierto. Bueno, el desierto y el Gran Árbol, que visto desde allí y ahora que había crecido no le parecía tan grande. Volvió a pensar en su pueblo y pensó en si sería capaz de abandonar aquel lugar después de tanto tiempo. De abandonar a su mejor amigo.

Tarin era un chico especial. Con él cerca era muy difícil sentirse triste. Lástima que los demás chicos no se dieran cuenta. Si tuviera más amigos tal vez ella no se sentiría tan mal si tuviera que dejarle atrás, pues sabría que siempre estaría acompañado. Pero esto no era así, solo se tenían el uno al otro -el padre de Tarin había desaparecido años atrás sin dejar rastro- y así ella se debatía entre dos mundos, unos de los cuáles ni siquiera conocía. En ese momento, se preguntó si realmente existía ese otro lugar en el que la esperaban o si simplemente ella no tenía un lugar en ese mundo dónde estar con los suyos. Y si existía, ¿por qué no la habían buscado? Empezaba a pensar que tal vez no fuera buena idea, que quizás no debería seguir buscando, que sería más feliz sin la verdad. Pero enseguida descartó esto. Ella no era feliz sin respuestas.

Mientras pensaba en todo esto, Tarin empezaba a levantarse. Bostezó y lo primero que le vino a la mente fue ¡Tengo que ayudar a Cisha a encontrar información! pero también pensó que era un poco extraño que no hubiese ido ya a despertarlo. Tal vez estaba otra vez en la biblioteca en busca de información, aunque era muy poco probable dado que ella ya había leído todos los libros que había allí. Cuando Cisha se centró de verdad en la búsqueda de información no le llevó mucho tiempo leer todos los libros que allí había, no solo porque la biblioteca fuera muy pequeña, si no que también ella era realmente rápida leyendo. Y además conseguía recordar todo lo que leía. Era increíble, pensó Tarin.

Decidió cambiarse rápidamente de ropa e ir a buscarla. Cuando estaba en la entrada de su casa miró hacia la meseta que había al lado de su pueblo y allí vio sentada a Cisha con la mirada perdida. Subió él también hasta la meseta y se sentó a su lado. Seguía encerrada en sus pensamientos. Tarin se quedó esperando a que ella dijera algo. Se quedaron así un tiempo hasta que Cisha se levantó sin decir una palabra, le sonrió y le hizo un gesto para ponerse en marcha hacia la casa de Merclo.

Se pusieron en camino y llegaron a la única casa un poco distinta. Esta casa, en lugar de tener dos únicas ventanas al igual que las demás, tenía una ventana a cada lado de cada piso. Además, tenía tres plantas. La casa siempre había pertenecido a la familia de Merclo dado que todos en su familia habían tenido el mismo cometido y por lo tanto era la familia más poderosa del pueblo.

Llamaron a la puerta una, dos, tres veces, y una mujer de unos treinta años, bajita y regordeta, les abrió. Les observó de arriba a abajo con mirada crítica y les dijo:

-¿Si?

-Venimos a ver al señor Merclo. Tenemos que hablar de... un asunto urgente -respondió Cisha, que era demasiado impaciente como para que le hicieran esperar.

-Bien, voy a ver si no está ocupado. Pasad al salón.

Entraron en la casa y enseguida se dieron cuenta de que no solo era diferente a las demás casas por fuera, también lo era por dentro. Era mucho más lujosa que las casas de los dos chicos. Tenía varios cojines -que debían ser para sentarse- alrededor de una mesita de un material que parecía cristal y encima de ella había varios adornos de muchos colores. Se podría afirmar que estos adornos estaban hechos de piedras preciosas, aunque no fuera así. De todas formas, se notaba que era de gente de poder en el pueblo. Tenía también varios cuadros con marcos de oro. Cisha se quedó mirando los bonitos lienzos, pues nunca había visto uno. En ese momento, Tarin se fijó en que el color de los ojos de Cisha era mucho más hermoso que el de los marcos de aquellos cuadros. Mientras pensaba en todo esto entró en la sala un hombre de, más o menos, cincuenta años, con unos ojos azules como el hielo que daban escalofríos.

-Finga me ha dicho que tenías que tratar un asunto urgente conmigo. Bien, pues aquí estoy, ¿de qué se trata?

-Señor Merclo... necesitamos saber si tiene usted algún registro sobre si Jelkos se mudó a alguna otra casa -respondió Cisha.

Merclo les observó con sorpresa.

-¿Y ese era el asunto que tenías que tratar con urgencia? -dijo con evidente enfado.- Mira, en estos momentos tengo asuntos más urgentes que tratar. Volved otro día.

-¡Pero necesitamos esa información con urgencia! -le replicó con desesperación.

-Dime, ¿por qué necesitáis esa información con tanta prontitud? Si me das una razón que me convenza te diré ahora mismo todo lo que necesites saber sobre ese amiguito tuyo -le respondió Merclo con una sonrisita socarrona.

Cisha apretó los dientes y le dijo:

-Está bien, esperaremos unos días.

-Bien, ya sabéis dónde está la puerta, no necesitáis que os acompañe.

Salieron a fuera resistiéndose a dar un portazo, por una razón: si querían obtener la información que necesitaban no debían ofender a Merclo. Y era demasiado fácil ofender a Merclo, así que era mejor no arriesgarse. Los mayores contaban de él historias para evitar que los niños le importunaran porque sabían que si le molestaban corrían el riesgo de que les diese alguna casa en mal estado. La historia que más contaban era en la que un niño le decía que era malvado y él le invitó a entrar en la casa para enseñarle algo -nunca contaban que quería enseñarle-, pero el niño se negó. Al día siguiente el niño ya no estaba. Desapareció, como por arte de magia, como si se hubiese evaporado. Cisha y Tarin nunca habían creído estas historias, pero sabían que de todas formas no era una buena persona. Y pudieron ver por ellos mismos que tenían razón. Era posible que, aunque les hubiese dicho que dentro de unos días les daría la información que necesitaban, nunca lo haría. Pero ellos pensaban ir cada día, seguir insistiendo hasta conseguir lo que buscaban.

Y así iban pasando los días, cada día repetían el mismo proceso: Cisha madrugaba un poco más que Tarin y subía hasta la cima de la meseta, se sentaba allí y se perdía en sus pensamientos; Tarin iba a buscarla y se sentaba a su lado, se quedaba mirándola hasta que ella volviese al mundo real e iban a casa de Merclo a pedir la información. Y todos los días recibían la misma respuesta por parte de Finga, que debían esperar, que el señor Merclo estaba en esos momentos demasiado ocupado como para atenderles.

Hasta que un día, casi un mes después de su primer encuentro, Cisha se presentó en casa de Merclo con el traje que hizo con su madre. Cuando Finga vio el vestido puso una expresión terrible, una mezcla entre pánico y asombro. Se puso pálida y les dijo con un hilo de voz:

-Voy a llamar al señor Merclo, vengo enseguida.

Desde el interior de la casa se oyeron muchos gritos y finalmente salió Merclo a su encuentro. Cuando vio el vestido de Cisha su cara de enfado desapareció y la sustituyó una cara del más absoluto terror.

-Supongo que habéis venido para conseguir esa información que tanto tiempo lleváis buscando. Pasad al salón, voy a por los registros y os los traigo para que podáis echarles un vistazo.

Se sentaron cada uno en uno de los cojines y aguardaron a la llegada de Merclo. A ambos les parecía muy extraño el cambio de actitud de Merclo al ver el vestido de Cisha, y lo comentaron entre susurros hasta que llegó con las manos vacías y les dijo:

-Pensándolo mejor, os lo diré yo. Se mudó a una casa a las afueras, al norte del pueblo. No está muy lejos, yendo a paso ligero podéis llegar en unas tres horas.

Cisha tenía muchas preguntas rondándole por la cabeza, pero antes de que dijera nada ya estaba Tarin planteándoselas a su anfitrión:

-¿Por qué ese cambio de actitud al ver el vestido de Cisha?

Merclo dejó un segundo de observar el traje de Cisha para volverse hacia el chico y contestarle con muy malos modos:

-El por qué he cambiado de opinión a ti te da igual, chaval. Lo importante es que os he dicho lo que querías saber, ¿no? Ahora ya podéis largaros y dejar de importunarme.

-¿Y por qué no nos deja ver los registros? ¿A caso está ocultándonos algo?

-¿Pero tú quién te crees que eres para hablarme así? Si no me creéis es vuestro problema, yo os he dicho la verdad. Podéis ir a comprobarlo cuando queráis. Y ahora, salid de mi casa.

Cisha y Tarin salieron de la casa y Cisha regañó a Tarin por su osadía, aunque no dudaba de que el hombre les estuviera ocultando algo. De todas formas, la única forma que tenían para averiguar si les había mentido o no era ver si esa casa de la que les habló existía.

Se fueron cada uno a su casa a preparar una bolsa –hecha, por cierto, con la misma arenilla que los trajes- con algunas mudas porque sabían que si emprendían este viaje era probable que no volvieran en mucho tiempo. Desde pequeños les habían contado historias terribles sobre lo que había más allá del pueblo, pero nunca habían hecho caso, no tenían miedo. Pero esta vez era distinto, tenían miedo de lo incierto de su viaje. Nunca habían ido muy lejos de su pueblo, ni siquiera cuando se toparon con el monstruo. Solo se habían alejado un kilómetro del pueblo, quizás uno y medio. Pero cuando eran pequeños las distancias les parecían mucho mayores y ahora que habían crecido se daban cuenta de que no era para tanto, aunque era muy probable que ya se hubieran alejado del pueblo más que cualquier otra persona. Aunque esta vez era distinto, se iban tal vez para no volver. Quizás Merclo les había mentido y les había enviado a una trampa mortal, pero ellos no tenían forma de saber si era así o no.

Tarin se fue pronto a dormir, porque sabía que si se quedaba dormido y no se despertaba antes que Cisha ella era capaz de dejarlo atrás para no ponerlo en peligro. Siempre le había protegido, y eso que él era mayor que ella –suponiendo que cumpliera el día que llegó al pueblo y que tuviese los años que habían estimado los adultos que tenía- y no sabía cómo hacerle entender que él nunca la dejaría ir sola a un lugar en el que tal vez le esperaba una muerte segura, que él la acompañaría hasta el fin del mundo, que jamás se separaría de ella. Pero probablemente aunque Cisha lo supiera le dejaría atrás de todas formas. Se notaba que no quería que le pasara nada malo. Tarin sonrió. Pero él ya no era un niño pequeño y ya tenía derecho a decidir por sí mismo. Y ya había tomado una decisión. Y aunque estuviera asustado por todo lo que podía suceder al día siguiente no pensaba dejar que fuera ella sola. Lo afrontarían juntos. Al fin y al cabo para qué están los amigos.

Mientras Tarin le daba vueltas a todo esto, Cisha estaba aún preparando su bolsa. Metió todos los trajes que tenía excepto el de la piel de monstruo, que pensó que sería más cómodo para el viaje. Pensaba en dejar a Tarin atrás, no quería que le pasara nada. Aunque también sabía que si le decía que no quería que fuese con ella se enfadaría. Y probablemente ella acabaría cediendo a que fuera con ella. O no accedería y tendría que irse estando Tarin enfadado con ella, y si esto sucedía se le partiría el corazón si no pudiese volver para hacer las paces con el chico. O él la seguiría aunque ella le hubiese dicho que no fuera. Infinitas eran las posibilidades de lo que podría suceder si ella le decía que había decidido partir sin él y no le gustaba ninguna de ellas. Así que decidió salir sin avisar, irse ella sola y, aunque Tarin se acabaría dándose cuenta de que ella le había dejado atrás, cuando esto sucediese ya sería demasiado tarde como para que pudiera seguirla, pues el chico acostumbraba a dormir mucho y era muy probable que se despertara cuando ella ya llevase, por lo menos, una hora de viaje, según sus cálculos. Pero también sabía que el chico no era tonto, y que si se daba cuenta de que pensaba partir ella sola haría lo imposible para evitarlo.

Dobló el último vestido y lo metió en el interior de la bolsa. La cerró y se fue a su cama. Sabía que no conseguiría dormir esa noche. Así que se quedó pensando en cómo conseguir ir ella sola sin que Tarin se diera cuenta. Y antes de que quisiera darse cuenta sus párpados se cerraron y quedó sumida en un profundo sueño.