Al día siguiente se despertó al oír la voz de su amigo diciéndole:
-¡Arriba dormilona! ¡Tenemos que ponernos en marcha para llegar cuanto antes!
Cisha, que seguía medio metida en el sueño que había tenido la noche anterior, en el que estaba en su pueblo con su familia, miró a su alrededor preguntándose dónde estaba y quién era ese chico que le miraba sonriente desde la otra punta de esa cama en la que estaba acostada. Cuando se despertó del todo se acordó de todo y se dio cuenta de que ahora no había manera de lograr ir sola de viaje. No había otra escapatoria que intentar explicarle a su amigo lo que había estado pensando la noche anterior. Sabía que no funcionaría, pero había que intentarlo. Se incorporó un poco y se dispuso a soltarle un discurso sobre que no podía llevarlo con ella porque era demasiado peligroso, pero cuando abrió la boca para empezarlo, Tarin le dijo:
-Antes de que me digas las razones por las que no puedo ir contigo, permíteme decirte que no te servirá de nada, así que ahorra fuerzas. Voy a fuera, te espero en la meseta.
Tarin salió de su casa y se dirigió hacia la meseta, alegre por haber sabido adivinar las intenciones de su amiga.
Mientras tanto, Cisha cambió la túnica que usaba para dormir por el vestido verde que hizo con su madre. Guardó el traje en la bolsa y se puso en camino hacia la meseta. Pensó en salir corriendo, pero descartó esta idea porque desde la meseta se veía todo el pueblo y sus alrededores. Salir corriendo solo le serviría para gastar fuerzas, y además Tarin era mucho más rápido que ella y enseguida le daría caza, así que se dirigió con resignación hacia el lugar donde había quedado con el chico. Llegó a su cima y allí se encontró con un Tarin sonriente. En lugar de ponerse en marcha de inmediato decidió sentarse allí a contemplar todo el terreno que desde allí se podía ver. Tarin, sorprendido, se sentó a su lado. Se quedaron un buen rato así, como todas las mañanas desde hacía un mes. Pero esta vez había algo diferente. Esa mañana sentían miedo por lo que iba a suceder a continuación. No era como las otras mañanas que parecían todas iguales, en busca de una información imposible. Esta vez iban a buscar a Jelkos y no sabían con lo qué se podían encontrar por el camino. O al llegar a su destino.
Esa mañana no fue Tarin quién se quedó mirando a Cisha hasta que decidiera que era el momento de partir. Mientras Tarin se perdía en sus pensamientos Cisha le observó con atención. Ciertamente, aunque fingiera que no sentía miedo, ella sabía que por dentro estaba temblando del pánico.
Tal vez pensaba que nunca volverían y por eso había decidido esperarla en la meseta. Desde allí se veía y todo el pueblo y quizás estaba intentando guardar una imagen para no olvidarlo jamás.
Pero en realidad lo que hacía era intentar despedirse de todos los recuerdos que guardaba de ese lugar. Si no regresaban quería asegurarse de que por lo menos no sentiría dolor por no poder volver nunca al pueblo que le vio crecer. Aunque sabía que eso era imposible. Aún echaba de menos a su padre y todos los recuerdos que tenía con él eran en ese pueblo. Y también le costaría deshacerse de los recuerdos de todos los años que había pasado allí con Cisha. Aunque tal vez eso último no le costara tanto, al fin y al cabo iba a ir con ella en ese misterioso y peligroso viaje y quizás pasaría sus últimos momentos a su lado.
Cisha dejó de observarle para perderse en sus propios pensamientos. Sabía que a lo mejor encontraba a su pueblo, aunque también podría encontrarse con la muerte. Quién sabe, pensó.
Como todos los días Cisha se levantó y sonrió a Tarin, pero al ver que este no reaccionaba le dijo:
-Oye, si tienes miedo entenderé que te quedes. No pasa nada.
-Iré –en ese mismo momento Tarin salió de sus ensoñaciones, se puso en pie y le dedicó una sonrisa reconfortante.
Se pusieron en camino hacia las doce del mediodía. Estuvieron caminando durante tres horas en la dirección que Merclo les había indicado, pero allí no encontraron nada. Pensaron que tal vez era más lejos la nueva casa de Jelkos, pero solo veían la misma tierra roja. Pasaban las horas y no se veía nada en el horizonte. Empezaban a pensar que Merclo les había engañado. Pero ahora no podían volver, tenían que seguir investigando, tal vez no les había mentido. Siguieron caminando durante todo el día, pero seguían sin ver la casa de Jelkos. Por la noche pararon a descansar y decidieron que la noche siguiente volverían al pueblo si no encontraban la casa de Jelkos. Antes de quedarse dormida, Cisha pensó otra vez en dejar a Tarin, pero creyó que ahora era mejor que estuviera con ella. Se sentía más segura con el chico a su lado. Además, no creía que estuviera bien dejar a su mejor amigo en medio del desierto que era aquel lugar. También pensó que los dos juntos estarían más seguros. Se ayudarían a pasar todos los retos con los que se encuentren.
Y cuando por fin la venció el sueño, Tarin todavía estaba despierto. No podía dormir. Estaba aterrorizado. Contemplaba el cielo lleno de estrellas y pensaba que había una estrella por cada reto que iban a afrontar. Y en alguno caerían. Era inevitable.
Luego observó las dos lunas que allí había. Eran preciosas. Brillaban con un brillo dorado especial. Esto le recordó a los ojos de Cisha y se prometió a sí mismo que no dejaría que le pasara nada malo. No podía permitirlo.
La mañana siguiente fue terrible para él. No había dormido nada y ahora notaba cómo el sueño caía sobre él cómo una pesada losa.
Sin embargo Cisha se sentía cómo una rosa. Había dormido como nunca, a pesar del peligro que seguramente corrían. Aún así, viendo que su amigo estaba cansadísimo, le propuso emprender ya el camino de vuelta al pueblo en lugar de continuar buscando, a lo que Tarin se negó rotundamente porque sabía que esto era importante para su amiga.
Siguieron caminando durante un buen rato y cuando ya empezaba a oscurecer un poco pensaron en volver, pero entonces divisaron a lo lejos una piedra redondeada por arriba pero que se extendía hacia los lados en su parte inferior, clavada en el suelo, algo muy inusual allí, pues esa clase de piedras solo se usaban para enterramientos en el pueblo.
Cuando alguien muere en el pueblo hacen una ceremonia en el que le ponen diversos objetos alrededor de su cadáver en su tumba, a veces son túnicas si era sastre o alguna piedra de esas con las que fabrican los árboles si era albañil, dependiendo de su trabajo. Luego, antes de echarle la tierra encima que le tapará para siempre, dejan a los familiares y compañeros de trabajo que se despidan y si tenían algún objeto que creían que debía llevarse al Hasnef, que es el lugar donde se reúnen los espíritus, y lo colocan junto a los demás objetos. Cisha solía ver los entierros y veía las caras inexpresivas de la gente que habían compartido toda su vida con la persona a la que enterraban y se preguntaba si sentían algún tipo de emoción al saber que jamás le volverán a ver. Pero nunca veía nada que indicase que así fuese.
Después de haberle dado un último objeto que llevarse al Hasnef lo cubren de tierra y le colocan en el lugar donde lo entierran una de esas piedras en la que hacen una inscripción en la que ponen su nombre y alguna frase que les recordase a quien entierran y se van. Nunca vuelven a visitar la tumba de los muertos, solo lo hacía Cisha, hablaba con ellos como si le fuesen a responder y les contaba hasta el último pensamiento que pasaba por su mente. Y después se iba.
La gente tenía la creencia de que una vez enterrados ya no tenían nada que hacer en aquella especie de cementerio y una vez enterrada la persona que había fallecido se iban para no volver, a no ser que les tocara a ellos o a algún otro familiar ir al Hasnef.
El caso era que no era usual que hubiese allí un tumba, dado que no había nadie, así que se acercaron a ver quién podía estar allí enterrado. Estaban alerta por si era una trampa. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para ver la inscripción de la tumba no lo pudieron creer. En ella ponía A la memoria de Jelkos Encer, el hombre más sabio que jamás he conocido. Se quedaron un rato observando la tumba, tratando de asimilarlo. Tarin se sentó al lado de la piedra. Pensaba que al final todo el esfuerzo que habían hecho no sirvió para nada.
Cisha se arrodilló delante de la tumba y se quedó mirando la inscripción, sin poder creerlo. Pasó los dedos por encima de las letras para comprobar si era real o solo era un cruel producto de su imaginación. Absorta en sus pensamientos, seguía las líneas de cada letra hasta llegar a la última. Cuando pasó los dedos por encima de la última empezaron a brillar todas las letras. Se levantaron y se apartaron, asustados. La luz se hacía cada vez más y más intensa y tenía un efecto hipnótico sobre los chicos, porque no eran capaces de apartar la mirada. Como estaban tan centrados en la luz no vieron al espíritu que salió de la tumba. La luz empezó a apagarse y entonces lo vieron. Era Jelkos, pero no era cómo la última vez que lo habían visto. Sus ojos, que antes tenían siempre un brillo curioso, ahora eran totalmente inexpresivos. Su piel naranja estaba tan pálida que casi era blanca.
-¿Quiénes sois y por qué habéis interrumpido mi descanso eterno?- dijo con una voz gutural que parecía contener mil lamentos de los espectros.
Cisha tragó saliva y dijo:
-Yo soy Cisha y él es Tarin, quiero saber si sabes algo sobre el agua y…
-¡¿Agua?!- interrumpió Jelkos -¡Cuánto tiempo hacía que no oía esa palabra!- y en ese momento pareció que sus ojos reflejaban nostalgia.- Venid, sentaos, os contaré una historia.
Obedecieron y se sentaron cerca de la lápida.>> Cuando creció un poco, comenzó a alejarse un poco de su pueblo para explorar, aunque sabía que eso le traería problemas, pero le daba igual. Cada vez se alejaba un poco más y pronto se dio cuenta de que todo a su alrededor era igual: una espesa mata de bosque que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Un día decidió subirse a un árbol para ver si de verdad solo había eso y sus temores se hicieron realidad. Corrió hacia la biblioteca, frustrado, sin saber qué hacer. Se sentó en una silla y se quedó contemplando los libros que había. Se fijó en uno que antes no había visto. Se levantó y fue hasta allí. Parecía como si el libro le estuviese llamando. Lo cogió y vio que en su portada no había título. Le extrañó bastante, allí todos los libros tenían título. Su corazón empezó a latirle desbocado. Aunque era poco probable a lo mejor era el inicio de algo que llevaba tanto tiempo esperando: una aventura. Abrió con cuidado el libro y lo que vio estaba fuera de lo común, absolutamente ningún libro era así. Tenía palabras en un idioma que desconocía, pero que por los dibujos debía de ser un libro de conjuros. Lo cerró rápidamente y salió de allí procurando que nadie se diese cuenta de que llevaba consigo aquel libro. Probablemente ni siquiera perteneciera a la biblioteca y si se lo viesen llamarían a las autoridades,que eran prácticamente inexistentes, dado que nunca pasaba nada malo, pero tenía que asegurarse.
>> Llegó a su casa y se encerró en su habitación. Abrió el libro e intentó descifrar las letras que allí estaban escritas. Al principio no era capaz de comprender nada, pero con el tiempo empezó a entender lo que ponía.
>> Fue creciendo a la vez que en su interior crecía la maldad. Un día, sin previo aviso, decidió usar la magia e hizo que toda el agua del lugar desapareciese. Después, con otro hechizo, hizo que los habitantes desapareciesen poco a poco, aunque dejó a un puñado que con el tiempo y la falta de agua se volvieron naranjas. Y os preguntaréis, ¿cómo pudieron sobrevivir? Fácil, el hechizo les quitaba el agua, pero les echaba otra maldición con la que podrían vivir sin agua, pero tendrían que renunciar al amor.
>> Pero había algo con lo que él no contaba. Una niñita, a la que los habitantes escondieron en una cueva escondida del paso del tiempo, era inmune a su hechizo. El pueblo puso las esperanzas en que, cuando estuviese preparada, derrotaría a aquel chico.
>>Y esa es la historia, ahora podéis preguntar lo que queráis.
Entonces, viendo que Jelkos empezaba a desvanecerse le hizo una última pregunta:
-¿Quién te enterró aquí en medio de la nada?
-El mismo hombre que me mató- dijo Jelkos antes de irse para siempre.
Se quedaron un rato al lado de la tumba de Jelkos. Cisha, con su bastón, hizo aparecer unas flores preciosas, con los colores del arcoíris, y con el olor del jazmín. Ahora que las veía por primera vez se dio cuenta de lo preciosas que eran y odió aún más a Askaim por destruir tantas cosas bellas, por destruir a su pueblo.
Cisha empezó a cantar una bonita canción en un idioma que Tarin desconocía, pero sabía que era probable que estuviese honrando a los muertos. Cuando consiguió más o menos a saberse la letra y la música cantó con ella. Pero solo Cisha sabía lo que realmente significaba, le preguntaba al mundo por qué tenía que llevárselo. Aunque nunca hubiese escuchado esa canción se la sabía de memoria, como si el bastón le diese las directrices para que la cantara.
Se pasaron así toda la noche, cantando frente a la tumba de Jelkos.
Cuando amaneció supieron que era el momento de partir para enfrentarse a Askaim y matarlo… o perder la vida en el intento.